Arnulfo Eleuterio Garza Ramírez, quien posteriormente sería conocido en los oscuros círculos místicos como “La Crepa” o “La Crepa Prometida”, nació en agosto de 1979 en una pequeña clínica partera ubicada en Iztacalco, un barrio popular de Ciudad de México. La clínica, que por décadas había servido como refugio de nacimientos humildes, fue demolida durante las remodelaciones del ambicioso proyecto de vivienda social impulsado por el presidente Miguel de la Madrid en los años 80, dejando tras de sí solo el recuerdo de una infancia que pronto se teñiría de sombras.

Arnulfo, nacido en el seno de una familia profundamente católica y romana, fue criado bajo la estricta supervisión de su abuela materna, ya que su padre, un burócrata que trabajaba largas jornadas como oficinista en la Fiscalía No. 4 del Estado de México, apenas pasaba tiempo en casa. La madre de Arnulfo había muerto en circunstancias trágicas durante la Matanza de Tóxcatl en la Ciudad de México, un evento violento que quedó marcado en la psique del joven, desatando en él una mezcla de furia contenida y búsqueda espiritual.

La abuela, de una devoción extrema, consideraba que el niño estaba “poseído por demonios” debido a su hiperactividad. Arnulfo fue sometido a torturas físicas y emocionales que, según historiadores y estudiosos de su vida, marcarían el inicio de su descenso a una psique perturbada y mesiánica. La abuela insistía en realizarle exorcismos caseros y someterlo a castigos físicos, convencida de que su nieto cargaba con el peso de un mal ancestral. Sin embargo, aquellos tormentos no quebraron el espíritu de Arnulfo, sino que lo llevaron a desarrollar una visión distorsionada del mundo, en la cual él sería el salvador.

Su vida tomó un giro significativo cuando, tras abandonar sus estudios de Ingeniería Agrícola en la UNAM, Arnulfo se unió a círculos radicales de jóvenes inconformes con el sistema. Allí conoció a figuras como “El Mosh” y Benito “La Tepa” Mendiola, dos activistas que buscaban desmantelar las estructuras de poder bajo una mezcla de idealismo y violencia. Inspirado por sus discursos y prácticas, Arnulfo comenzó a desarrollar sus propias ideas, influenciado también por lecturas poco convencionales de autores como Bernie Madoff, Charles Manson y el controversial gurú de autoayuda, Deepak Chopra.

Arnulfo comenzó a predicar lo que él llamaba “La Verdad Fragmentada”, una ideología que más tarde denominaría “Crepidam”, que significa “lo que se rompe en partes”. En su sistema de creencias, afirmaba que la humanidad estaba condenada a la fragmentación espiritual, una reificación transhumana que solo podría entenderse y alcanzarse a través de la ruptura de las estructuras convencionales, tanto mentales como sociales. Este pensamiento derivó en los tres pilares fundamentales de su doctrina: “Inhibición”, “Introspección” e “Idiolectica”. Cada uno de estos conceptos, vagamente inspirados en lecturas esotéricas y pseudocientíficas, fue presentado como un método de autoliberación.

Durante la década de los 90, Arnulfo lideró pequeños movimientos pseudocientíficos, como los psicotrónicos, un grupo que aseguraba dominar la energía mental para manipular el entorno, y la llamada “Generación de Luz Índigo”, un colectivo que proclamaba la llegada de niños especiales con habilidades paranormales y una conciencia superior. A través de estos movimientos, Arnulfo logró captar la atención de seguidores, muchos de los cuales veían en él una figura carismática y profética. Para algunos, era una figura mesiánica que había venido a salvarlos de la oscuridad del mundo moderno; para otros, solo era un oportunista astuto.

A lo largo de los años, “La Crepa Prometida” comenzó a tejer una red de contactos que se extendía por los márgenes de la sociedad. Se relacionó con grupos clandestinos, algunos con conexiones a sectas internacionales, similares a “La Puerta del Cielo” y la llamada Secta OVNI. Arnulfo proclamaba que él, y solo él, poseía el conocimiento necesario para guiar a la humanidad hacia una nueva era de iluminación, una en la que las limitaciones físicas y mentales serían superadas a través de la disolución del yo y la fragmentación de la realidad. Sus seguidores, cada vez más fervientes, abrazaban estas enseñanzas con un fervor casi religioso.

En ceremonias secretas que mezclaban prácticas de autoayuda, rituales de reificación y ejercicios de introspección extrema a base de comer nopal crudo, Arnulfo utilizaba métodos que iban desde la meditación profunda hasta la privación sensorial usando hojarasca, convencido de que solo a través de la ruptura total del ego y la personalidad se podría alcanzar la verdadera transiluminación.

Sus seguidores, que inicialmente aclamaban “¡Crepidam!” en honor a su filosofía de ruptura y fragmentación, pronto comenzaron a elevar su devoción al proclamar “¡Ave Crepa!”, un saludo que resonaba en cada una de sus ceremonias y encuentros clandestinos. Con el paso del tiempo, y a medida que la influencia de Arnulfo crecía, este grito de alabanza evolucionó, transformándose en un cántico casi religioso: “¡Ave Crepa Prometida!”.

(Continuará…)