Todo empezó en un mundo culero, donde la humanidad todavía no estaba tan jodida por los influencers ni por el reguetón feminista, pero ya era una bola de cabrones necios con el ego inflado como nalgas de Yeri MUA.

Un día, uno de esos changos evolucionados dijo: —“¿Y si hacemos una chingadera bien gigante, hasta el cielo, para que Dios sepa que aquí manda la verga peluda del humano?”

Y el otro cabrón le responde: —“¡Simón, wey! ¡Una torre mamalona! Con luces, elevador, escaleras eléctricas y un Oxxo en cada piso. ¡A chingarle, perros!”

Y pos’ se arrancan. Como 3 mil nacos con alma de albañil y cerebro de TikToker, todos en chinga levantando tabiques, pegando mezcla como si fuera mazapán con Resistol. Mientras tanto, sonaba de fondo una mezcla culera entre cumbia satánica, reguetón sateluca, y corridos bien pinches alterados cantados por vatos que no saben leer pero traen cadenas de oro hasta en el pito.

Todo era un cagadero glorioso.

Y allá arriba, Dios, el patroncito del cielo —que ya estaba bien hasta la madre de los rezos fingidos, los domingos aburridos y los pecadores hipócritas— se asoma desde su nube VIP, con una chela bien helada, y dice:

“¡No mamen! ¿Estos simios creen que me van a alcanzar? ¡JAJAJA! ¡A la verga, ya me encabroné!”

Pero como Dios es creativo y tiene un humor más culero que el de Derbez, en vez de tirar rayos o abrir la tierra pa’ tragárselos, suelta esta joyita divina:

“¡A cada grupito le voy a meter un género musical tan pinche, tan horrendo, tan escupible, que se odien entre ellos a nivel molecular!”

¡Y bolas, cabrón! De un segundo a otro, se armó la pinche balacera musical más horrenda del universo:

  • A unos les metió reguetón puerco de motel barato, de esos que suenan como gemidos de puerco en celo.
  • Otros se infectaron con corridos tumbados tan pendejos que parecen escritos por un niño de kínder con dislexia.
  • A un grupito bien salado les tocó cumbia tribal prehispánica con autotune, que sonaba como si Tlaloc y Bad Bunny tuvieran un hijo sordo.
  • Y otros terminaron cantando salsa-funk-feminista experimental, que sonaba como si estuvieras vomitando mientras te leen un manifiesto woke.

Los albañiles ya no se entendían ni pa’ decir “pásame el pinche tabique”. Uno gritaba “¡que lo muevas, mami!” y el otro contestaba “¡arre con la tuba, viejo!”. Era como una peda en Ecatepec donde cada borracho trae su bocina JBL con diferentes rolas… y todos bien hasta el culo de Tonayán.

Y así, la torre se fue a la verga.

Unos se madrearon con palas, otros se echaron mal de ojo con letras culeras, y los que quedaban, se fueron esparciendo por el mundo como cucarachas con bocinas portátiles. Cada uno creyendo que su cagadero musical era el nuevo evangelio.

Y desde entonces, la humanidad está dividida. No por razas, ni por religión, sino por pinches géneros musicales nacos de mierda.

  • Cada quinceañera se cree diva perreando hasta el piso.
  • Cada vato en troca cree que es narco por cantar tumbado.
  • Y cada señor en chanclas baila cumbia con tragos de Tonayán y olor a sobaco.

Y Dios allá arriba, cagado de risa, viendo el TikTok.


MORALEJA, CABRÓN: No juegues a ser Dios si lo más alto que has construido es una story en Instagram. Y si vas a levantar una torre, que sea con música chida y no con pura pinche porquería auditiva que parece castigo divino. ¡Viva el desmadre y que chingue a su madre el autotune!

  • MontseOP
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    ·
    17 hours ago

    jajaja

    ahora sí se la rifó el ChatGPT cons sus referencias