Érase una vez, en el pueblo más culo, más podrido y más lleno de pendejos llamado Hamelin, donde un chingo de ratas —o sea, nosotros, mi raza, la banda roedora más rifada— vivíamos bien verga. ¿Que cagábamos en las iglesias? Sí. ¿Que mordíamos bebés? Puede ser. ¿Que nos metíamos a las cocinas a robar queso y a coger entre las ollas? También. Pero pues así es la vida de la rata, ¿no? ¿Nos van a juzgar por eso? ¡Chinguen a su madre!

Y ahí estaban los pinches humanos, todos meados del miedo, llorando por cada cagada que dejábamos. “¡Sálvennos de las ratas!”, decían, como si fueran vírgenes inocentes y no una bola de hipócritas que se cagan si ven una cucaracha.

Entonces aparece ese pendejazo del flautista. Pinche vato flaco, vestido como si fuera integrante de Panda, con su pinche flautita de feria. Llega con voz de mamador y les dice: “Yo saco a las ratas, pero me pagan en Bitcoin, culeros.”

Y los pinches alcaldes, más corruptos que político en campaña, le dicen que sí. Pero ya los conocemos: no valen verga.

Entonces el flautista se avienta una pinche melodía bien pacheca, como si fuera DJ de quinceañera en Iztapalapa, y ¡madres! que todos nos vamos, pendejeados, en fila india. Como si fuéramos zombis, cabrón. ¡UNA PINCHE TRAMPA MUSICAL! Nos lleva a todos al carajo, nos deja en el bosque, sin ni un puto taco de basura.

Y tú dices: “Ya valió verga.” Pues no, porque ahí empieza lo sabroso.

El flaco regresa al pueblo por su pago y… ¡tómala! Le dan Bitcoin Cash, güey. ¡BITCOIN CASH! Esa mierda no vale ni pa’ pagar porno pirata. El vato se queda con cara de: “¿Qué verga es esto, güey?”

Se pone loco, se zurra de coraje, le explota la vena de la frente y dice: “Ahora sí se los va a cargar la chingada, bola de culeros.”

Y toca su flautita otra vez, pero ahora con una rola satánica, como de ritual en Tepito, y ¡ZAZ!, que se lleva a todos los pinches morros del pueblo. Hasta los mocosos esos que vendían limonada con mocos. ¡Se los roba, cabrón!

Y ahí es donde entra la Interpol. Que ya lo tenían fichado por andar tocando flautas en secundarias, por “entorpecimiento de menores”, “posesión de flautas ilegales” y “actos sexuales con música medieval”. Lo agarran, le meten una putiza monumental, lo dejan como pinche trapo de mecánico y lo mandan a una cárcel donde hasta los presos le escupen. ¡POR PENDEJO!

Y tú dirás: “Bueno, ya, se acabó.”

¡PUES NO, HIJO DE LA CHINGADA!

Ahí es cuando yo, Don Rataldo, jefe de la Plaga Suprema, digo: “¡A la verga con estos humanos!”

Convoco a toda la banda: la Rata Conejo, el Ratoño, el Rabiflauta, el Ratón Cholo del sur… ¡TODOS! Volvemos a Hamelin con más rabia que ex borracho en AA. Traíamos peste, traíamos pulgas con hambre, traíamos cólera y sarna y dengue y hasta VIH si hacía falta.

Nos metimos por todos lados: Por los caños, por los pozos, por los platos de sopa. ¡Convertimos Hamelin en el infierno roedor!

Y así fue, compita, como por un flautista pendejo, un pueblo culero, y unos pinches políticos tranzas, Hamelin quedó hecho cagada.

¿La moraleja?

No jodan a las ratas. No confíen en músicos. Y ni de pedo acepten Bitcoin Cash, hijos de la chingada.