Había una vez una chamaca bien pinche rebelde, medio malhablada y con cara de “me vale verga”, que todo el puto pueblo conocía como Caperucita Roja, porque traía una sudadera bien ñera que no se quitaba ni para bañarse (cuando se bañaba, porque la neta era medio marrana).

Un día su jefita, una doña bien brava que si te metía un chanclazo te mandaba al hospital, le grita desde la cocina:

¡Caperucita, hija de tu reputísima madre, deja el TikTok y ponte a hacer algo útil! Ve con tu pinche abuela a llevarle estas tortillas, unos frijoles puercos y la medicina pa’l azúcar, que ya la doña se anda petateando.

¡A huevo, jefa, ya voy! Pero no me estés cagando el palo.

Y ahí va la morra, con su canastita, mentando madres a los árboles, pateando piedras y rascándose la panza. En eso, en medio del pinche monte, se le aparece un lobo cabronazo, peludo, tuerto, con una mirada de “ya maté a tres güeyes y me los fumé en un porro”. El vato traía tatuado en el pecho “La vida me la pela” y en el cuello decía “Santa Muerte”. Se rumoraba que acababa de salir del tambo por intento de homicidio y venta de coca cortada con Maizena.

¿Qué pedo, chaparra? ¿Pa’ dónde vas tan sabrosa?

Chinga tu madre, pinche lobo malandrote. Voy con mi abue, no estés jodiendo.

Pero el pinche lobo, más cabrón que bonito, se fue por la vereda chueca, llega antes a casa de la abuela y tómala, que la revienta de un solo bocado. Ni le dio tiempo a rezar. Luego, como el culero era enfermo, se pone la bata de la abue, se mete a la cama, se echa un pedo bien sonoro, y espera como pinche psicópata con hambre.

Llega Caperucita, toda pendejeando con el celular, entra a la casa, huele raro:

¿A poco la abuela se cagó o qué pedo?

Soy yo, mija, ven, dame un abracito, dice el pinche lobo haciéndose la voz aguda pero sonaba como trailero crudo.

No mames, abue, te ves como el culo… ¿Y esas manotas peludas, y ese hocico culero?

¡Pa’ comerte mejor, pendeja!

Y bolas, se la traga también, como si fuera pambazo de feria.

Pero aquí no se acaba la madre.

Justo cuando el lobo se echa un eructo y se recuesta con la panza como tambor de banda, llega un leñador verguero, de esos que se echan un mezcal antes de desayunar y andan bien pinches locos. Escucha los pedos, huele el pinche tufo a muerte y entra rompiendo la puerta a patadas como si fuera operativo de la marina.

Ve al pinche lobo, lo reconoce: era el mismo cabrón que le robó una vez una vaca y se la vendió al rastro.

Sin decir palabra, agarra su hacha y le grita:

¡Te pasaste de verga, hijo de la chingada! ¡Hora de pagar!

Y ¡raaaaas! que le parte la panza de un putazo. Sale volando la abuela empapada en babas y Caperucita toda llena de jugo gástrico, pero vivas, y bien emperradas.

La abuela dice:

Este culero no se va a ir nomás así… ¡Lo vamos a cocinar!

Y ahí mero lo trocean, lo lavan con vinagre pa’ quitarle lo puerco, y lo avientan a una cazuela de cobre con manteca hirviendo. Lo sazonan con chile pasilla, orégano, limón, y un chingo de ajo pa’ espantar los malos espíritus.

Se lo comen en tacos, con su salsita de molcajete, tortillas hechas a mano, y un pulque curado de guayaba. Mientras comen, brindan por la justicia del barrio y por el sabor del pinche lobo, que para ser culero, quedó bien sabroso.

Y desde entonces, cada que un cabrón se porta como animal, la gente dice:

“¡Aguas, no vayas a acabar en carnitas como el lobo de Caperucita, hijo de tu puta madre!”


FIN.

  • MontseOP
    link
    fedilink
    arrow-up
    1
    ·
    1 day ago

    si les gusta este tipo de narración irreverente (lo cual dudo), pueden revisar el resto de historias en mi blog

    el blog no tiene Google Analytics, ni nada de eso, su privacidad es mi prioridad, y además es un proyecto de puro hobby