Mira, cabrón, yo no pedí estar aquí, atrapado en este pinche espejo con mi alma encadenada a la vieja loca de la reina. Pero ni pedo, es lo que hay. No soy cualquier espejo, soy el espejo más chingón del mundo, el que dice la verdad, aunque duela. Y esta historia, la neta, está bien pasada de verga.
La reina, esa doña traída y mamona, cada pinche día se paraba frente a mí y preguntaba la misma mamada:
—Espejito, espejito, ¿quién es la más chingona y buena del reino?
Y yo, sin pedos, le respondía:
—Eres tú, jefaza, la más chingona, la más buena, la más rifada.
Porque así era el pedo. Pero un día, de la nada, todo se fue al carajo.
Esa pinche morra, Blancanieves, que hasta entonces había estado ahí en la casa haciéndole de criada, de repente empezó a florecer. La cabrona creció y se puso bien buenota, con un cuerpazo que ni en los mejores filtros de Instagram. Y yo, que no tengo pelos en la lengua, pues solté la neta cuando la reina volvió a preguntarme.
—Mi reina, pues la neta… ya no eres tú. La más cabrona ahora es Blancanieves.
No mames. Se le torció la cara, le salió espuma por la boca y se puso a planear su venganza.
Mandó a un sicario, un vato con cara de maleante que la llevó en su coche a un cerro y le dijo:
—Mira, morra, me dijeron que te desaparezca, pero la neta me das lástima. Mejor lárgate y no regreses.
Blancanieves, que muy lista no era, pero sí cabrona para sobrevivir, corrió como si la hubiera mordido un perro con rabia. Terminó en medio del bosque, hecha un desmadre, hasta que dio con una casita bien rara.
Tocó la puerta, no hubo respuesta, y la morra, en lugar de irse, se metió como si fuera Airbnb. La casa estaba hecha un cagadero: platos sucios, calcetines por todos lados, olor a chela rancia. Pero en vez de salir corriendo, Blancanieves se puso a limpiar, porque claro, al parecer su instinto era ser el puto servicio de hotel.
Al rato llegaron los dueños: siete cabrones chaparros y mal encarados, con cara de albañil después de tres turnos seguidos. Eran los enanos, pero no los clásicos bonitos de cuento, estos parecían sindicalizados y con años de jalar sin prestaciones.
—¿Quién chingados eres tú? —le dijeron en bola.
—Soy Blancanieves, me andan buscando para matarme. ¿Me puedo quedar?
Los enanos se miraron entre ellos, vieron la casa limpia y dijeron:
—Pues va, pero ni hagas pendejadas.
Y así la morra se quedó viviendo ahí, haciendo el aseo y cocinando, mientras los enanos se iban a chambear. Todo iba bien, hasta que la pinche reina volvió a preguntarme.
—Espejito, espejito, ¿quién es la más chingona ahora?
Y yo, con huevos, le dije:
—Pues sigue siendo Blancanieves, porque no se murió.
No mames. Se volvió loca otra vez y se puso a planear su siguiente ataque.
Primero intentó hacerle un doxxing bien culero. Filtró su dirección, teléfono y hasta su CURP en Twitter, esperando que alguien le armara un escándalo. Pero a Blancanieves le valió madre y solo publicó: “Me quieren cancelar, pero yo sigo shining 💅.”
Luego intentó hacerle una estafa piramidal. Creó un negocio falso de criptomonedas y le ofreció una inversión “segura”. Pero Blancanieves, que no sabía ni sacar un PDF, tampoco entendió las cripto, así que ni se metió y se salvó.
Hasta que la reina recurrió al plan final: la manzana envenenada, pero modernizada. Se disfrazó de doña fit, de esas que venden jugos detox y productos veganos. Se acercó a Blancanieves en un festival de food trucks y le dijo:
—Mira, morra, este es un batido de manzana con matcha y jengibre. Te va a limpiar las malas vibras y te va a dejar la piel bien chingona.
Blancanieves, bien pendeja, lo aceptó sin sospechar. Se lo chingó de un trago y… ¡pum! Cayó como tronco, tiesa, con el celular en la mano.
Los enanos la encontraron y dijeron:
—No mames, nos quedamos sin criada.
Pero bueno, tampoco eran unos ojetes. La subieron en un ataúd de cristal, tipo exhibición de Apple Store, y la dejaron ahí, con luces LED y una placa con su @ para que la gente la siguiera.
Hasta que llegó el pinche príncipe. Pero no era el clásico héroe mamado y noble… No, este cabrón era un vendehumo, un mente de tiburón.
—¡Blancanieves! —dijo en voz alta—. Hoy te voy a enseñar cómo despertar y ser tu mejor versión.
Sacó su celular y empezó a hacer un live:
—Amigos, aquí estamos frente a una oportunidad de negocio increíble. Con solo 10 minutos de trabajo al día, ustedes también pueden tener a su propia Blancanieves en un ataúd de cristal. Solo mándenme DM y entren al curso.
Pero en ese momento, Blancanieves escupió el batido, despertó y lo vio.
—¿Quién chingados eres tú?
—Soy el príncipe, y te ofrezco una vida de éxito.
—Ah… chinga tu madre.
Pero igual se casaron, porque pues ya qué. Hicieron una boda mamalona con DJ, open bar y tacos al pastor. Y ahí es donde la reina tuvo su merecido.
La vieja todavía no superaba su odio, así que se metió de colada a la boda con un plan final: soltar una fake news de que Blancanieves era infiel y que el príncipe tenía un OnlyFans. Pero en plena fiesta, un par de meseros influencers la reconocieron, le tomaron fotos y la quemaron en Twitter.
Las cosas se salieron de control. La reina se volvió tendencia, los canceladores la destrozaron, perdió seguidores, la funaron en todos lados. Su reputación se fue a la mierda, y con ella, su cordura. Se encerró en su mansión, rodeada de espejos, y un día, de tanta desesperación, resbaló en el baño y se rompió la madre contra el lavabo.
Nadie la encontró hasta días después. Fue trending topic por dos días, pero luego la olvidaron porque salió un nuevo chisme de la farándula.
Y así terminó la historia. Blancanieves vivió su vida de influencer casada con el príncipe vendehumo, los enanos se hicieron millonarios vendiendo NFTs de la historia, y yo…
Sigo atrapado en este puto espejo, viendo cómo la humanidad sigue igual de pendeja.
Fin.