La teoría podría llevarse el premio a la palabra más comúnmente malinterpretada en el ámbito científico. En el uso cotidiano, una teoría se percibe como una corazonada, una conjetura o especulación. Por ejemplo, podría tener una teoría sobre por qué mi gato emite sonidos extraños por la noche: quizás está llamando a los espíritus de sus antepasados para liberarse del cautiverio de su lujosa vida.
Sin embargo, en el lenguaje científico, una teoría es prácticamente lo opuesto: constituye una explicación exhaustiva para una amplia gama de fenómenos respaldada por una gran cantidad de pruebas. A medida que la ciencia avanza y la evidencia se acumula, las ideas relacionadas se amalgaman en una explicación clara y poderosa.
Las teorías constituyen el fundamento de nuestro conocimiento científico y son utilizadas por los científicos para realizar predicciones en nuevas pruebas, sometiéndose continuamente a escrutinio. Ejemplos de estas teorías incluyen la gravitacional, la tectónica de placas, la evolutiva, la celular, la de gérmenes, la del forraje, la deslizante del filamento de contracción muscular y la atómica.
En última instancia, el objetivo fundamental de la ciencia es comprender y explicar el mundo natural, y las teorías son la representación más cercana a la “verdad” que podemos alcanzar. Así que no te dejes engañar cuando alguien duda de la ciencia diciendo que “es solo una teoría”.
En lugar de decir: tengo una teoría, deberíamos decir: tengo una hipotesis