Había una vez, en un rancho bien jodido y polvoso, tres cochinitos cabrones que ya estaban hartos de vivir con su jefa. Un día, la señora puerca les dijo:
—¡Ya estuvo, cabrones! Agarren sus tiliches y háganse su chingada casa, porque aquí no los quiero ver rascándose los huevos todo el día.
Y pues ni pedo, los cochinitos agarraron camino. Cada quien se fue por su lado y decidió construir su casa como mejor le pareció.
El primero, que era medio huevón y no tenía ni una chingada idea de construcción, dijo:
—Nel, yo no me voy a partir la madre. Mejor hago mi casa de paja, rapidito, y a la verga.
En chinga juntó unos montones de pasto seco, lo acomodó como pudo, y en menos de un día ya tenía su casita bien pitera. Se echó en su hamaca con una chela y se puso a pendejear.
El segundo, que era un poquito menos huevón pero igual de pendejo, pensó:
—Mmm… la paja se ve muy chafa. Mejor le meto varo a la madera, que se ve más mamalona.
Compró tablas, clavos, y en dos días ya tenía su casa de madera bien chingona (según él). Luego se puso a tragar carnitas y a chupar como si no hubiera mañana.
El tercero, que sí tenía dos dedos de frente y no quería vivir como un pendejo, se dijo:
—Nel, yo no voy a hacer mi casa como esos pendejos. Yo la voy a hacer de ladrillo, para que ningún cabrón me la tire.
Y sí, se partió la madre poniendo ladrillos, cargando mezcla y dándole duro a la obra. Tardó un chingo, pero cuando acabó, su casa era un pinche bunker.
Hasta aquí todo iba de poca madre, hasta que llegó el chingado lobo, un cabrón que era más malo que la chingada y que andaba buscando qué tragar.
El lobo, muerto de hambre, llegó a la casa de paja y vio al primer cochinito bien a gusto rascándose la panza.
—¡Ábreme la puerta, hijo de tu puta madre! —gritó el lobo.
El cochinito, cagado de miedo, contestó:
—¡Ni madres, chingas a tu madre, pinche lobo ojete!
El lobo se encabronó y le dijo:
—Ah, ¿sí, putito? Pues voy a soplar y soplar y tu casa me la voy a llevar a la verga.
Y que le sopla con unos pulmones de perro fumador, y madres, la casa se fue a la chingada. El cochinito corrió en chinga a la casa del segundo.
Llega con su carnal y le grita:
—¡Ábreme, güey! ¡Pinche lobo ojete me quiere hacer carnitas!
El otro lo deja entrar y cierran con seguro. El lobo llega y empieza con su pinche show.
—¡Ábranme, cabrones, o les parto su madre!
—¡Vete a la verga, pinche lobo! —le responden los cochinitos desde adentro.
El lobo, más encabronado que nunca, les dice:
—Ah, cabrones, pues si no abren, voy a soplar y soplar y su casita de mierda me la voy a volar.
Y que le sopla con más ganas, y madres, la casa de madera se va a la chingada también. Los dos cochinitos salen corriendo como maricas y llegan hasta la casa de su carnal el listo.
—¡Carnal, el pinche lobo culero nos quiere matar!
El tercero, que ya se la olía, los deja pasar y atranca bien su puerta de ladrillo.
Llega el lobo, ya enchilado hasta la madre, y empieza con su chingadera:
—¡Ábranme, cabrones, o se los va a cargar la verga!
Pero el cochino inteligente le contesta:
—Nel, puto, aquí no entras ni con un pinche tanque.
El lobo, más encabronado que nunca, dice:
—Ah, cabrón, pues a ver si es cierto.
Y que le sopla, y le sopla, y le sopla más fuerte que un pinche tornado, pero la casa ni se movió ni tantito.
El lobo, ya sudando como puerco, piensa:
—¡Puta madre, estos cerdos me la están pelando!
Así que se le ocurre una mamada: meterse por la chimenea.
Pero el tercer cochino, que no era ningún pendejo, ya lo tenía bien planeado. En chinga puso un pinche cazo con agua hirviendo en la chimenea y esperó.
El lobo, bien confiado, se avienta por el tubo pensando que ya se chingó a los cochinitos, pero madres, cae directo al agua hirviendo.
—¡AAAAAH, SU PUTA MADRE, ME ESTOY COCINANDO! —grita el lobo mientras brinca como loco.
Los cochinitos nomás se cagan de risa.
El pinche lobo, todo chamuscado y con el culo en llamas, sale corriendo como un puto loco y nunca más se le vuelve a ver por ahí.
Los cochinitos se abrazan, se chingan unas chelas y le dicen a su carnal:
—La neta, nos salvaste el culo, güey. Ya aprendimos la lección.
Desde entonces, vivieron juntos en la casa de ladrillo, bien chingones, y cada vez que alguien intentaba pasarse de verga con ellos, nomás se acordaban del pendejo del lobo y decían:
—Nel, a la verga con esos culeros.
Y así, se acabó esta historia bien cabrona.
MORALEJA: No seas huevón ni pendejo, mejor haz las cosas bien desde el principio, porque nunca sabes cuándo te va a caer un pinche lobo a romperte la madre.
Simón yo los conocí, los tres cochilocos vivían allá por la presidentes. Al otro vato le decían el lobo porque le aullaba el hocicote bien culero y la traía contra los tres cochilocos desde que estaban en la primaria. Y tómala prau prau los tres cochilocos agarraron al lobo a ladrillazos en el hocico. Gracias por mantener viva esta anécdota.