Cuando me pedían mi número de teléfono en lugar de mi phone. Cuando decíamos qué padre y no nice. Incluso añoro la pícara belleza del acrónimo CH.T.M., que tan de moda estuvo en los 90 y rendía implícito homenaje a “El laberinto de la soledad” de Paz, en lugar del horrendo extranjerismo W.T.F? Por la boca se globaliza el pez. Una vez me dijo un sociólogo que la mejor manera de cambiar a una sociedad comienza por transformar su lenguaje; cada una de las palabras que pronunciamos tienen un significado preciso. Como dice el compositor José Manuel Aguilera, “cada palabra cae con un peso distinto, las que dejaste tienen un peso infinito”.
A últimas fechas, el lenguaje corporativo se ha revestido de cierta arrogancia colonialista. Las llamadas telefónicas se han convertido en conference calls; gerente es un cargo en desuso porque ya todos son managers. Tal parece que se perdió la bonita costumbre de redactar un informe porque ahora se nos exige un brief, y así podríamos seguir ad infinitum… Porque si utilizar anglicismos es trendy, ¿por qué no habríamos de exhumar ocasionalmente de su tumba un término en latin? Usamos palabrejas en inglés porque aunque no lo reconozcamos nos hace sentir superiores y distintos, porque nos parecemos más a ellos, a los otros, los que vienen de fuera, los que se llaman Primer Mundo y son más civilizados, más guapos, mejor preparados. Porque hablar inglés –nos susurra el diablito del ego– nos da estatus. Ah, perdón, status, Porque el café medido en términos italianos (Venti) nos educa el paladar y el tequila, elixir nacional por antonomasia, but of course, se saborea mucho más puro en shot que en caballito. A varios de mis alumnos de periodismo los he reprendido porque cuando van a citar a un autor en su texto suelen colocar la frase en inglés sin traducción al español. ¿Por qué no la escribes en español?, les pregunto, e invariablemente quien escribió me contesta: “Por respeto”. ¿Por respeto a quién? ¿A los gringos o a tus lectores?
Soy muy fan, ejem, lector, de escritores como José Agustín, Parménides García Saldaña, Gustavo Sainz y la llamada “Literatura de la onda”, quienes en lugar de dejarse influir por los anglicismos los hicieron suyos y los “españolizaron”. De aquí que su famoso friquear, que tanto usamos, provenga de un freak out convertido al español a punta de lengüetazos. Qué bonito celebrar al español y al México en español con la segunda incursión en estas páginas de Celia, la hija del rocanrolero que más ha defendido el uso del español como espada verbal, Alejandro Lora. Me gustaba más México en español. Al que le hubiera ofendido más, por encima de que un extranjero quisiera levantar un muro en la frontera, la pared que algunos compatriotas nos construimos con vanidad a través de las palabras.
TL;DR Soy un chovinista xenófobo ardido porque mi cultura toxica siempre será la segundona a lo mucho.